viernes, 30 de octubre de 2020

SENATI, 1970, LA FIESTA DE PROMOCIÓN

Por Manuel Araníbar Luna

1. 
Lima, Perú. Sudamérica. Mundo. Año 1970. Se separan los Beatles. EEUU lanza el Apolo 13 que regresa a la tierra por desperfectos. Primer programa de Chespirito en México.  Terremoto en el Perú, 50 mil muertos el mismo día de la inauguración del Mundial de México. Mueren Jimi Hendrix, Charles de Gaulle y Agustín Lara. Nace Pedro Suarez Vértiz.


2.

30 de noviembre de ese mismo 1970, kilómetro 5.5 de la entonces llamada Panamericana Norte. En un instituto llamado Servicio Nacional de Aprendizaje y Trabajo Industrial, SENATI, acontecían un final y un nacimiento:

Finalizaba la formación de una pujante y sobresaliente promoción de profesionales en el rubro de la tecnología. Decíamos adiós al Instituto en el cual pasamos tres años utilizando dos vestimentas, el uniforme comando de color kaki, corbata negra  y fotocheck al pecho para las clases teóricas, y el overol plomo de mangas cortas con el logo SENATI para las prácticas.

En esa misma fecha nacían nuevos profesionales. El uniforme comando, garabateado con plumón para las tristes despedidas, había quedado guardado en el ropero.  Ya había terminado el pedido para pasaje al papá, a la mamá o a los hermanos mayores. Éramos ya éramos ciudadanos sin Libreta Electoral, pese a que en esa época la ciudadanía se obtenía a los 21. Ciudadanos porque habíamos terminado una carrera. Empezaba una nueva época. Ciudadanos porque teníamos nuevos deberes y obligaciones. Había que ayudar en gastos de casa porque para ello se nos había formado. Ahora teníamos chamba completa en fábricas y talleres. Había que ensuciarse las manos para llevar el pan a casa.

3

Desde meses atrás ya nos estábamos preparando. Conociendo el incumplimiento de los sastres, algunos ya se habían mandado hacer sus ternos a la moda con tiempo de antelación. Otros pensaban hasta en contratar conjuntos roqueros o salseros. En los grupos se discutía con qué marca de cerveza íbamos a celebrar y sobre todo, cuantas cajas. ¿alcanzaría? Recuerdo que un instructor de Automotores, tratando de prevenir lo que podía ocurrir, quiso bajarnos la velocidad.

—¿Cuarenta cajas de cerveza? ¡Está locos! Esto no es borrachera, muchachos. Sólo un brindis y gaseosas para todos. Y mucho baile.

Nadie le hizo caso. Los muchachos querían desfogar toda su angustia contenida, sus noches quemándose se las pestañas, sus interminables jornadas en prácticas de talleres desvencijados sin las mínimas comodidades que habíamos tenido en el SENATI. Treinta y seis meses esperando este momento de alegría, ¿y lo ibamos a celebrar con gaseosas y sanguchitos?

4

Y por fin llegó la noche esperada. Fuimos llegando acompañados por familiares, amigos, hermanas, enamoradas. Brindis, discursos, baile. Más brindis, más baile. Las primeras salsas, Santana. Brindis. Willy Colón. Salud.  Los Destellos. Salud. Los Maracaibos. Más brindis. Salud, mis hermanos. Hasta que llegó lo que tenía que llegar: algunas discusiones por antiguos rencores, y conatos de reyertas. Bah, todo quedó para la anécdota. Una fiesta de promoción sin bailes ni brindis ni anécdotas que contar a los nietos no es fiesta, es un rezo de rosario.

5

Algunos compañeros siguieron desarrollándose como inicio a otras profesiones, otros se estancaron. Muchos siguieron comunicándose. A otros se les perdió de vista. Algunos viajaron a provincias. Otros emigraron al extranejero. Unos pocos fallecieron. Algunos jamás ejercieron. Otros cambiaron de profesión y le dijeron chau al overol. Pero todos rompimos  ese cascarón llamado estudiante para desarrollarnos como ciudadanos y conocer lo que es la vida. Ahora sí, al igual que la frase de Bolognesi, teníamos deberes sagrados que cumplir.

CODA

Un minuto de silencio por quienes pasaron a la eternidad. Hasta siempre, senatinos que nos llevaron la delantera. Y un brindis lleno de nostalgia por estos cincuenta años transcurridos

¡Salud senatinos!

 

 

jueves, 19 de marzo de 2020

JOSÉ BAYONA PALOMINO

Por Manuel Araníbar Luna
Con José Bayona Palomino (q. e. p. d.) nos encontramos por primera vez al coincidir en la misma cola para el examen de ingreso. Mi compadre Pepe Bayona llevaba un cuaderno, el cual hojeaba con nerviosismo. La amistad comenzó cuando noté en la solapa del cuaderno una foto en formación del equipo Sporting Cristal de los años 60. 
Eran tiempos de Gallardo, Orlando La Torre, Eloy Campos y Tito Elías. Luego –ya en los primeros tres meses de Pre- la coincidencia se dio nuevamente en el mismo salón.  Nos sentábamos en carpetas individuales pero contiguas. Mi compadre Pepe Bayona (desde un principio empezamos a tratarnos de compadre y de usted, pese a que no llegábamos aún a los 16 años, una costumbre chalaca utilizada entre 'causas' que se respetaban) era un muchacho bromista, inquieto y locuaz, con una velocidad impresionante para resolver rápida y mentalmente los problemas de matemáticas y una velocidad tremenda para terminar los trabajos de mecánica de banco. 
Cuando pasamos al básico –ya en el núcleo peruano alemán-, volvimos a coincidir en la carpeta doble de la última fila del salón. Luego el profe Brito lo quitó de ahí para poner en su lugar a Pedro Castro, porque pasábamos el tiempo conversando de los triunfos del Sporting Cristal, de Pingüino y Can Can, las revistas mañosas de esos tiempos, de las páginas deportivas de los diarios Ultima Hora y La Tercera de la Crónica, de las películas de Isabel Sarli y Libertad Leblanc (cuyas fotos arrancaba de las marquesinas de los cines) y desafiándonos a ver quién resolvía primero las tareas mentalmente. Siempre me ganaba en rapidez, claro está, porque Pepe era veloz e hiperactivo. 
La presente entrevista es un resumen de muchas conversaciones que sostuvimos en aulas y talleres del Senati y, años después, en cantinas y picanterías de Tarapacá y la Ciudad del Pescador. Pero dejemos que el mismo compadre Pepe nos lo relate…
Habla José...
Cuando decidí postular al Senati fue más que todo por presiones con mi viejo. Aclaremos, él no me presionaba para postular sino para que yo no me presente. La presión se la hice yo para que me dé permiso. Mi viejo era un pescador piurano muy trabajador. Yo entonces era demasiado tragón y dormilón, lo cual a mi viejo que estaba acostumbrado a madrugar desde pequeño, lo ponía de mal humor. Cada vez que mi viejo regresaba de sus viajes de pesca en el mar del Callao me sacaba a gritos de la cama a las seis de la mañana para mandarme hacer una u otra cosa. Mis notas en el colegio eran excelentes en matemáticas –no bajaba de 18- no obstante, mis problemas radicaban en las inasistencias y tardanzas. 
Por entonces, un amigo del barrio me habló maravillas de su ingreso a la primera promoción del Senati y eso me animó. Mi papá no lo vio con buenos ojos porque quería que estudie para ser profesional. Entre mi amigo y yo le explicamos que una carrera en el Senati era una profesión muy bien remunerada cuando uno asimilaba todo lo que había estudiado. Hasta ese momento era mucho palabreo porque yo me guiaba por los consejos de mi amigo sin haber pisado aún el Senati. A mi viejo no le vacilaba la idea, pero ante tanta insistencia aceptó a regañadientes
 Eran años de la crisis de la pesca impulsada por Banchero Rossi que obtenía grandes producciones de anchoveta la cual convirtió al Callao en un lugar lleno de astilleros y fábricas de harina de pescado. Pero sus grandes records que aplaudían los periódicos ocultaban que la pesca indiscriminada de anchoveta casi hace desaparecer a este abundante pez del litoral peruano. La crisis golpeó a los hogares de los pescadores que tras haber disfrutado de años de bonanza y tremendas cantidades de dinero, de un momento a otro tuvieron que someterse a la veda de anchoveta.
El ingreso…
Ingresé con buenas calificaciones decidido a estudiar automotores. Yo había estudiado en colegios del Callao cuyo desorden se notaba ni bien entrabas al baño: puertas rotas, excusados malogrados, paredes pintarrajeadas o embarradas de excremento. En aquellos tiempos las broncas a cadenazos y chavetazos se daban a diario y no había alumno que no se protegiera con la correa o una cadena delgada enrollada a la cintura en cuya punta atornillaban un perno para los cadenazos rompan una cabeza.  ¿Y por qué le digo eso?  Créame, compadre, que apenas ingresé al Senati me sorprendió la limpieza y el orden, ningún grafiti ni puertas agujereadas, ningún destrozo a las instalaciones. Luego me sorprendí después que cada uno tuviera casillero propio. Lo mal es que me bautizaron al poco tiempo del ingreso: por olvidar cerrar el candado me robaron un pequeño radio a transistores que mi viejo había comprado en el muelle. Es que por el muelle del Callao llegaba todo el contrabando al Perú, desde relojes hasta pantalones Lee, desde los primeros discos de salsa hasta colonias y perfumes de mujer.
Jalón de Orejas...
No entendía aún que en el Senati nos estaban formando ya como ciudadanos, que apenas terminada la carrera y empezáramos a trabajar, seríamos adultos serios con personalidad bien formada. Los instructores nos daban otro trato, no nos trataban como adolescentes. Como ejemplo, tengo una anécdota. Durante un partido de fútbol le hice una broma a Mario Muñoz, uno de mis compañeros del básico. Escondí sus zapatos detrás del murito de la cancha, sin percatarme que el señor Bedón, un joven profesor de educación física, se había dado cuenta. Me llamó a un lado, al fondo de la cancha. Yo sonreía nerviosamente esperando una reprimenda. En lugar de ello me tomó del hombro y me habló como un tío bonachón a su sobrino.
 “Estas bromitas -y espero que sean bromitas y no robos- déjalas para el colegio secundario. Métete en la cabeza que ya no estás en un colegio. estás estudiando una carrera.cuando termines la carrera, vas a ser un individuo útil para la sociedad, vas a subsistir por tus propios medios. En cambio, cuando termines la secundaria no serás nadie aún. Tendrías que entrar a la universidad para que cinco o seis años después–con suerte- podrás obtener u título y ganar plata. ¿Lo entiendes?”  
Lo entendí perfectamente, pero lo bromista no se me quitó. Luego pasé al básico en el peruano alemán.  La disciplina allí era mucho más estricta. Al principio –lo digo con franqueza- cuando conocí a los alemanes Schottle, Holcher y otros que no recuerdo el nombre les tenía odio y un poco de temor. Me parecía que nos miraban con desprecio, como a seres inferiores, peor que a los judíos. Y esto se debía a que tenía un prejuicio contra los alemanes luego de ver tantas películas de la segunda guerra mundial, en especial El Gran Escape,  que había visto en los cines Santa Marina y Porteño, mis cines preferidos. Luego, cuando los conocí bien, me di cuenta que eran buenísimas personas, correctos y siempre dispuestos a orientarnos. Lo mismo sucedió con Barsallo que era el director del núcleo. Al principio le tenía bronca y luego me di cuenta que era muy servicial. Años después lo vi como candidato a diputado por el partido aprista, pero no logró su elección.
En cuanto a mi ambición de recibirme como mecánico automotriz y Diesel, No logré cupo. Las circunstancias me llevaron a Estructuras Metálicas en las cuales gané mucho dinero como también lo dilapidé pero esa es ya otra historia.
Anécdotas en el SENATI...
Pepe Bayona entre Paredes y Martinez
Como siempre fui bromista, una tarde, aún el ciclo básico, estábamos cortando con la sierra de vaivén. Agarré un waipe con viruta empapado de mecanol e intenté echárselo por la espalda a Pedro Castro quien sin darse cuenta volteó rápidamente y con el codo me golpeó la mano y el waipe le cayó en el pecho al profesor Claudio que pasaba por ahí. Este se alteró y me gritó diciendo que la próxima vez haría que me expulsen por irresponsable. No medí las consecuencias, pero luego, sopesando lo ocurrido caí en cuenta de que podría haber causado un accidente.
Mis amigos más cercanos con quienes nos tomamos buenas aguas espumantes fueron Cayas, Vilca, Salazar y usted. Luego ellos bajaban a comer pescado y mariscos al negocio que teníamos en casa. También me llevaba bien con Castro pero… luego del egreso dejamos de frecuentarnos.
¿Lo que no me gustaba? La comida que hacía preparar la concesionaria holandesa del comedor en unos ollones gigantescos que iban del piso hasta 1.00 mt. de altura. Muy modernas pero la comida era una porquería. Tanto así que una vez organizamos una huelga para sacar a la gringa, que al final salió, pero el remedio fue peor que la enfermedad, la comida siguió siendo mala. Hacían unos tallarines mazacotudos que, acostumbrado a comer riquísima comida de la Ciudad del Pescador, no me pasaban ci con ají molido.
Aplicando lo aprendido…
La carrera de Estructuras Metálicas me dio para vivir tan pronto nos mudamos de Chacaritas Puerto Nuevo a la recientemente construida Ciudad del Pescador. Valgan verdades, decir que estaba recién construida es sólo una frase. No todas las casas estaban terminadas. Algunas no tenían ventanas y muchas sólo tenían la puerta de calle de madera prensada.  Los pescadores postulantes al sorteo se metieron al caballazo cuando se dieron cuenta que una mafia enquistada en la dirigencia estaba adjudicando viviendas sin sorteo, con un previo soborno bajo la mesa. Recién egresando del Senati, mi viejo compró una máquina de soldar, sopletes, ángulos, electrodos y varillas. Y me dio mi primera chamba.
-Bueno, ya que   terminaste la carrera empieza por hacer las ventanas. Ah, y una puerta de fierro con esos adornitos que están de moda. Con las varillas de construcción tienes que armar unos cordeles en el techo.
Puse una mesa en el jardín exterior (que todavía no era jardín) y empecé a soldar la ventana. Ya la estaba terminando cuando una vecina me pidió que se la venda. No lo pensé dos veces. Al otro día tenía ya como veinte pedidos. Creo que yo era el único soldador de la Ciudad y me llené de chamba. Pero me gustaba comer bien, las mujeres de mi barrio y mis cervezas. La verdad que me gocé muy bien los billetes que llegaron a mi bolsillo, pero volaron del mismo modo como llegaron. Ahora nadie me quita lo bailado.
Pero siempre guardo un agradecimiento profundo al Senati porque me dio una profesión, y -como me dijo el profesor Bedón- me convirtió en un ciudadano útil para la sociedad.

martes, 17 de marzo de 2020

CINCUENTA AÑOS DESPUÉS


Por Manuel Araníbar Luna

“Si me pongo a recordar

Me siento, desde que vine,

Como en la sala de un cine

Viendo mi vida pasar”

(Nicolás Guillén)



Era víspera de año nuevo, 31 de diciembre, y en unas horas íbamos entrar al 2020. Como es ya costumbre en todo el mundo estábamos escogiendo todas las chucherías que se deben desechar a fines de año: ropa gastada o que ya no nos queda por causa de la barriga, documentos, recibos, facturas, artefactos averiados, casetes de audio y video hoy obsoletos. Luego nos pusimos a curiosear periódicos y revistas pasados y, por último, fotos antiguas.

Aquí nos detuvimos. Siempre hay un recuerdo que nos jala la vista. La mayoría de fiestas, partidos de futbol, matrimonios. Repentinamente, ¡epa!, dimos un respingo al visualizar una foto amarillenta que databa de 1970 que nos transportó a los tiempos estudiantiles de cuarenta y nueve años atrás. Era de la fiesta de la segunda promoción del Senati. Recordamos que para fines de noviembre del 2020 se cumplían las bodas de oro de la promoción. Dentro de pocas horas empezaría la cuenta regresiva, 330 días aproximadamente para cumplir las cinco décadas de la clausura.

Cuántos recuerdos se nos agolparon uno a uno: los profesores, los técnicos alemanes, las primeras borracheras en las cantinas caletas de Sol de Oro, Caquetá y en la Unidad Vecinal del Rímac, barrio de Tito Salazar (q.e.p.d), los interminables partidos de fulbito y fútbol en las canchas del SENATI, las broncas dentro y fuera del SENATI (¡y hasta en la fiesta de promoción!). En fin, cientos de gratas vivencias y de las otras, anécdotas, algunas jocosas y muchas otras impublicables. Asimismo, también nos asaltaron los tristes recuerdos de compañeros que fallecieron, y con los cuáles no nunca más podremos compartir un brindis por el reencuentro.


Pero se venían llegar los 50 años de la promoción y no había tiempo para más. Faltaban 360 días, y había que buscar a la mayor cantidad de egresados  cuanto antes para después celebrar. Nos comunicamos con Julio Vilca y Juan Cayas, egresados como dibujantes, Bernardo Martínez de Motores,  con quienes teníamos acceso en las redes sociales. Acordamos organizar una fiesta de reencuentro, pero antes Juan “Tuco” Cayas nos invitó a la celebración de su cumpleaños número 70. Aquella noche nos divertimos de lo lindo en su acogedor hogar, pero no pudimos conversar como se debe porque eran momentos de bailar la música de nuestros tiempos juveniles. Uno no puede compartir recuerdos ni contar anécdotas a gritos mientras está bailando una salsa de Héctor Lavoe a todo volumen. Además se trataba de recordar anécdotas impublicables, de las que sólo debíamos conversar los egresados.

Días después, ya repuestos, pudimos ubicar a varios luego de muchas zambullidas en las redes sociales. Pudimos constatar que algunos como José Luis Pacheco, Eduardo Ricome y Koo vivían radicados en el extranjero desde hacía muchos años. No obstante tuvimos la suerte de encontrar a Santos Sanjinés de Matricería, Freddy Delgado e Ismael Orderique de Motores. Este último nos facilitó el número de Osorio. Bernardo luego nos facilitó el de Pancho López.

Un par de sábados después nos reunimos en un huarique bien caleta, en la trastienda de una bodega de la Avenida Emancipación donde por fin pudimos charlar y compartir recuerdos entre vasos de cerveza, chifles y chizitos para luego rematar una cena reponedora en el chifa. Recordamos anécdotas, nombres y apellidos que habíamos olvidado, compañeros fallecidos, a quienes no volvimos a ver desde finales de 1970 que y nadie sabía qué fue de sus vidas, y otros que radican en el extranjero. Acordamos entonces ubicar a compañeros a quienes no veíamos hacía cinco décadas para organizar una reunión con la mayor cantidad posible de egresados. Tuco Cayas se ofreció a diseñar un logo para la camiseta que usemos.

¿Imposible ubicar a todos, o al menos a casi todos? Tarea ardua pero no imposible. En esa empresa andamos. Lo difícil será ponernos de acuerdo en el color de las camisetas. Desde ya intuyo que algunos van a querer que el color sea blanquiazul, otros querrán la celeste, la rosada o la crema. Por mi parte, y para que no se peleen, propuse la hermosa camiseta de la selección peruana, una que nos mostró Tuco Cayas en el grupo de Whatsapp ¿Se pondrán de acuerdo?