Por Manuel Araníbar Luna
Con
José Bayona Palomino (q. e. p. d.) nos encontramos por primera vez al coincidir
en la misma cola para el examen de ingreso. Mi compadre Pepe Bayona llevaba un
cuaderno, el cual hojeaba con nerviosismo. La amistad comenzó cuando noté en la
solapa del cuaderno una foto en formación del equipo Sporting Cristal de los
años 60.
Eran tiempos de Gallardo, Orlando La Torre, Eloy Campos y Tito Elías.
Luego –ya en los primeros tres meses de Pre- la coincidencia se dio nuevamente
en el mismo salón. Nos sentábamos en
carpetas individuales pero contiguas. Mi compadre Pepe Bayona (desde un
principio empezamos a tratarnos de compadre y de usted, pese a que no llegábamos
aún a los 16 años, una costumbre chalaca utilizada entre 'causas' que se
respetaban) era un muchacho bromista, inquieto y locuaz, con una velocidad
impresionante para resolver rápida y mentalmente los problemas de matemáticas y
una velocidad tremenda para terminar los trabajos de mecánica de banco.
Cuando
pasamos al básico –ya en el núcleo peruano alemán-, volvimos a coincidir en la
carpeta doble de la última fila del salón. Luego el profe Brito lo quitó de ahí
para poner en su lugar a Pedro Castro, porque pasábamos el tiempo conversando
de los triunfos del Sporting Cristal, de Pingüino y Can Can, las revistas
mañosas de esos tiempos, de las páginas deportivas de los diarios Ultima Hora y
La Tercera de la Crónica, de las películas de Isabel Sarli y Libertad Leblanc
(cuyas fotos arrancaba de las marquesinas de los cines) y desafiándonos a ver
quién resolvía primero las tareas mentalmente. Siempre me ganaba en rapidez,
claro está, porque Pepe era veloz e hiperactivo.
La
presente entrevista es un resumen de muchas conversaciones que sostuvimos en aulas
y talleres del Senati y, años después, en cantinas y picanterías de Tarapacá y
la Ciudad del Pescador. Pero dejemos que el mismo compadre Pepe nos lo relate…
Habla José...
Cuando decidí postular al Senati
fue más que todo por presiones con mi viejo. Aclaremos, él no me presionaba para
postular sino para que yo no me presente. La presión se la hice yo para que me
dé permiso. Mi viejo era un pescador piurano muy trabajador. Yo entonces era demasiado
tragón y dormilón, lo cual a mi viejo que estaba acostumbrado a madrugar desde
pequeño, lo ponía de mal humor. Cada vez que mi viejo regresaba de sus viajes
de pesca en el mar del Callao me sacaba a gritos de la cama a las seis de la
mañana para mandarme hacer una u otra cosa. Mis notas en el colegio eran excelentes
en matemáticas –no bajaba de 18- no obstante, mis problemas radicaban en las
inasistencias y tardanzas.
Por entonces, un amigo del barrio me habló maravillas de
su ingreso a la primera promoción del Senati y eso me animó. Mi papá no lo vio
con buenos ojos porque quería que estudie para ser profesional. Entre mi amigo
y yo le explicamos que una carrera en el Senati era una profesión muy bien
remunerada cuando uno asimilaba todo lo que había estudiado. Hasta ese momento
era mucho palabreo porque yo me guiaba por los consejos de mi amigo sin haber
pisado aún el Senati. A mi viejo no le vacilaba la idea, pero ante tanta
insistencia aceptó a regañadientes
Eran años de la crisis de la pesca
impulsada por Banchero Rossi que obtenía grandes producciones de anchoveta la
cual convirtió al Callao en un lugar lleno de astilleros y fábricas de harina
de pescado. Pero sus grandes records que aplaudían los periódicos ocultaban que
la pesca indiscriminada de anchoveta casi hace desaparecer a este abundante pez
del litoral peruano. La crisis golpeó a los hogares de los pescadores que tras
haber disfrutado de años de bonanza y tremendas cantidades de dinero, de un momento
a otro tuvieron que someterse a la veda de anchoveta.
El ingreso…
Ingresé con buenas calificaciones
decidido a estudiar automotores. Yo había estudiado en colegios del Callao cuyo
desorden se notaba ni bien entrabas al baño: puertas rotas, excusados
malogrados, paredes pintarrajeadas o embarradas de excremento. En aquellos
tiempos las broncas a cadenazos y chavetazos se daban a diario y no había
alumno que no se protegiera con la correa o una cadena delgada enrollada a la
cintura en cuya punta atornillaban un perno para los cadenazos rompan una
cabeza. ¿Y por qué le digo eso? Créame, compadre, que apenas ingresé al Senati
me sorprendió la limpieza y el orden, ningún grafiti ni puertas agujereadas,
ningún destrozo a las instalaciones. Luego me sorprendí después que cada uno tuviera casillero propio. Lo mal es que me bautizaron al poco tiempo del ingreso: por olvidar cerrar el candado me robaron un pequeño radio a transistores que mi viejo
había comprado en el muelle. Es que por el muelle del Callao llegaba todo el contrabando
al Perú, desde relojes hasta pantalones Lee, desde los primeros discos de salsa
hasta colonias y perfumes de mujer.
Jalón de Orejas...
No entendía aún que en el
Senati nos estaban formando ya como ciudadanos, que apenas terminada la carrera
y empezáramos a trabajar, seríamos adultos serios con personalidad bien
formada. Los instructores nos daban otro trato, no nos trataban como
adolescentes. Como ejemplo, tengo una anécdota. Durante un partido de fútbol le
hice una broma a Mario Muñoz, uno de mis compañeros del básico. Escondí sus
zapatos detrás del murito de la cancha, sin percatarme que el señor Bedón, un
joven profesor de educación física, se había dado cuenta. Me llamó a un lado,
al fondo de la cancha. Yo sonreía nerviosamente esperando una reprimenda. En
lugar de ello me tomó del hombro y me habló como un tío bonachón a su sobrino.
“Estas bromitas -y espero que sean bromitas y
no robos- déjalas para el colegio secundario. Métete en la cabeza que ya no
estás en un colegio. estás estudiando una carrera.cuando termines la carrera, vas a ser
un individuo útil para la sociedad, vas a subsistir por tus propios medios. En cambio,
cuando termines la secundaria no serás nadie aún. Tendrías que entrar a la
universidad para que cinco o seis años después–con suerte- podrás obtener u
título y ganar plata. ¿Lo entiendes?”
Lo entendí perfectamente,
pero lo bromista no se me quitó. Luego pasé al básico en el peruano alemán. La disciplina allí era mucho más estricta. Al principio
–lo digo con franqueza- cuando conocí a los alemanes Schottle, Holcher y otros
que no recuerdo el nombre les tenía odio y un poco de temor. Me parecía que nos
miraban con desprecio, como a seres inferiores, peor que a los judíos. Y esto
se debía a que tenía un prejuicio contra los alemanes luego de ver
tantas películas de la segunda guerra mundial, en especial El Gran Escape, que había
visto en los cines Santa Marina y Porteño, mis cines preferidos. Luego, cuando
los conocí bien, me di cuenta que eran buenísimas personas, correctos y siempre
dispuestos a orientarnos. Lo mismo sucedió con Barsallo que era el director del
núcleo. Al principio le tenía bronca y luego me di cuenta que era muy
servicial. Años después lo vi como candidato a diputado por el partido aprista, pero no logró su elección.
En cuanto a mi ambición de
recibirme como mecánico automotriz y Diesel, No logré cupo. Las circunstancias
me llevaron a Estructuras Metálicas en las cuales gané mucho dinero como
también lo dilapidé pero esa es ya otra historia.
Anécdotas en el SENATI...
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Pepe Bayona entre Paredes y Martinez |
Como siempre fui bromista,
una tarde, aún el ciclo básico, estábamos cortando con la sierra de vaivén.
Agarré un waipe con viruta empapado de mecanol e intenté echárselo por la
espalda a Pedro Castro quien sin darse cuenta volteó rápidamente y con
el codo me golpeó la mano y el waipe le cayó en el pecho al profesor Claudio que
pasaba por ahí. Este se alteró y me gritó diciendo que la próxima vez haría que
me expulsen por irresponsable. No medí las consecuencias, pero luego, sopesando
lo ocurrido caí en cuenta de que podría haber causado un accidente.
Mis amigos más cercanos con
quienes nos tomamos buenas aguas espumantes fueron Cayas, Vilca, Salazar y usted. Luego ellos bajaban a comer pescado y mariscos al negocio que teníamos en casa. También
me llevaba bien con Castro pero… luego del egreso dejamos de frecuentarnos.
¿Lo que no me gustaba? La
comida que hacía preparar la concesionaria holandesa del comedor en unos
ollones gigantescos que iban del piso hasta 1.00 mt. de altura. Muy modernas
pero la comida era una porquería. Tanto así que una vez organizamos una huelga
para sacar a la gringa, que al final salió, pero el remedio fue peor que la
enfermedad, la comida siguió siendo mala. Hacían unos tallarines mazacotudos que,
acostumbrado a comer riquísima comida de la Ciudad del Pescador, no me pasaban
ci con ají molido.
Aplicando lo aprendido…
La carrera de Estructuras
Metálicas me dio para vivir tan pronto nos mudamos de Chacaritas Puerto Nuevo a la recientemente
construida Ciudad del Pescador. Valgan verdades, decir que estaba recién construida
es sólo una frase. No todas las casas estaban terminadas. Algunas no tenían ventanas
y muchas sólo tenían la puerta de calle de madera prensada. Los pescadores postulantes al sorteo se metieron
al caballazo cuando se dieron cuenta que una mafia enquistada en la dirigencia estaba
adjudicando viviendas sin sorteo, con un previo soborno bajo la mesa. Recién
egresando del Senati, mi viejo compró una máquina de soldar, sopletes, ángulos,
electrodos y varillas. Y me dio mi primera chamba.
-Bueno, ya que terminaste la carrera empieza por hacer las
ventanas. Ah, y una puerta de fierro con esos adornitos que
están de moda. Con las varillas de construcción tienes que armar unos cordeles
en el techo.
Puse una mesa en el jardín
exterior (que todavía no era jardín) y empecé a soldar la ventana. Ya la estaba
terminando cuando una vecina me pidió que se la venda. No lo pensé dos veces.
Al otro día tenía ya como veinte pedidos. Creo que yo era el único soldador de
la Ciudad y me llené de chamba. Pero me gustaba comer bien, las mujeres de mi
barrio y mis cervezas. La verdad que me gocé muy bien los billetes que llegaron
a mi bolsillo, pero volaron del mismo modo como llegaron. Ahora nadie me quita
lo bailado.
Pero siempre guardo un
agradecimiento profundo al Senati porque me dio una profesión, y -como me dijo
el profesor Bedón- me convirtió en un ciudadano útil para la sociedad.